Hoy, 14N, otro día aciago, otro más. Así se suceden desde hace algún tiempo de manera inmisericorde. No nos dan tregua: unos días nos quitan el pasto, otros nos defenestran y, todos, intentan dejarnos ciegas. Los lobos han entrado a saco hasta el corazón del rebaño causando gran carnicería; están hartos pero son insaciables, nada les detiene, siguen engordando su instinto asesino. Las ovejas nos dispersamos en grupitos, despavoridas, balando con balidos dispares y desvalidos: que si son perros que si son podencos, que hay que…, que lo que hace falta es…, que la culpa la tienen quienes…, que no queda más remedio que…, que si podemos, que si no, que cuántas somos, que no estamos todas –algunos borregos resentidos andan a su airecillo-, que quiénes somos nosotras para… ¿Quién? Yo solo sé lo que no quiero ser. Sea lo que sea, no quiero ser rebaño; me descarrío, me echo al monte. Es decir: hoy, al huerto.
Las gentes del huerto están hoy abstraídas, como si no pasara nada. Se les ve concentradas preparando un condumio con los regalos que les han traído el mar y el cielo: Agua en demasía y Sol tacaño. La mezcla no dará un buen tempero. Parecen saberlo y se les ve resignadas: Puerros no espurren (y si alguno sí, ya se habrá ido); Rábanos en su ser, sin prisas; ¡rácanos…!; Lechuguinas, siguen lechuguinas: quizás si estuviéramos más juntas…, soportaríamos mejor la intemperie. No pregunto más, no estoy para oír excusas.
Me retiro al refugio. No sé qué hacer. Pala de golpe me mira como implorando algo. Sí, ya te entiendo: hace días que te veo huérfana de tu mango. Navaja y Hoz se muestran inútiles para ayudarme. Antes de que desaparezca la luz tengo que encontrar una lasca de vidrio. Devidrio es muy apañada para esto: a pesar de sus garras afiladas, trata a Mango con esa suavidad con la que rasca un amante. Se entienden bien. Les dejo hacer mientras me sumerjo en mis divagaciones. Las sombras me transportan a tiempos remos: unos seres de mente incipiente se acurrucan, temerosos de las tinieblas; sueñan con el Fuego que aún no conocen. Noche les trae miedos, incertidumbres, angustias; les recuerda su finitud. La Noche: esa partera de ritos, de dioses, de religiones; también de ansias de Luz. ¿Cuándo encontraremos la luz? Seguiremos buscando.
Un consuelo: hoy, raro aquí, se ven con nitidez las Constelaciones. Esos mitos y leyendas escritos en el cielo, con estrellas que llevan nombres que huelen a Oriente, en una lengua hermosa (como todas las lenguas): Deneb, Shirra, Altaír. Las debieron colgar allá arriba aquellos seres, cuando su actividad mental encontró algo de Luz, como una representación especular de sus quehaceres o sus ensoñaciones.
Devidrio y Mango lo dejan: No sé cómo han podido quebrarte, con lo duro que estás. Pues quizás por eso, porque me ven más fuerte de lo que soy, y abusan. Ya veo que tienes el corazón blando, si… en el fondo eres un sentimental. ¿Lo dejamos por hoy? Vale, ¿nos volveremos a ver? Seguramente; presiento que este va a ser el principio de una larga amistad.
¡Habráse visto! Esta gente se piensa que están inventando “Casablanca”. En fin… De abajo llegan rumores que indican que sigue reunido el rebaño. Seguro que después de hoy ya no lo será tanto. Y yo, que no quisiera ser oveja demasiado negra, voy a descender a la dura realidad.
¡Maldita sea! ¡Lástima que en estos tiempos de ira quede tan poco para la lírica!
Las gentes del huerto están hoy abstraídas, como si no pasara nada. Se les ve concentradas preparando un condumio con los regalos que les han traído el mar y el cielo: Agua en demasía y Sol tacaño. La mezcla no dará un buen tempero. Parecen saberlo y se les ve resignadas: Puerros no espurren (y si alguno sí, ya se habrá ido); Rábanos en su ser, sin prisas; ¡rácanos…!; Lechuguinas, siguen lechuguinas: quizás si estuviéramos más juntas…, soportaríamos mejor la intemperie. No pregunto más, no estoy para oír excusas.
Me retiro al refugio. No sé qué hacer. Pala de golpe me mira como implorando algo. Sí, ya te entiendo: hace días que te veo huérfana de tu mango. Navaja y Hoz se muestran inútiles para ayudarme. Antes de que desaparezca la luz tengo que encontrar una lasca de vidrio. Devidrio es muy apañada para esto: a pesar de sus garras afiladas, trata a Mango con esa suavidad con la que rasca un amante. Se entienden bien. Les dejo hacer mientras me sumerjo en mis divagaciones. Las sombras me transportan a tiempos remos: unos seres de mente incipiente se acurrucan, temerosos de las tinieblas; sueñan con el Fuego que aún no conocen. Noche les trae miedos, incertidumbres, angustias; les recuerda su finitud. La Noche: esa partera de ritos, de dioses, de religiones; también de ansias de Luz. ¿Cuándo encontraremos la luz? Seguiremos buscando.
Un consuelo: hoy, raro aquí, se ven con nitidez las Constelaciones. Esos mitos y leyendas escritos en el cielo, con estrellas que llevan nombres que huelen a Oriente, en una lengua hermosa (como todas las lenguas): Deneb, Shirra, Altaír. Las debieron colgar allá arriba aquellos seres, cuando su actividad mental encontró algo de Luz, como una representación especular de sus quehaceres o sus ensoñaciones.
Devidrio y Mango lo dejan: No sé cómo han podido quebrarte, con lo duro que estás. Pues quizás por eso, porque me ven más fuerte de lo que soy, y abusan. Ya veo que tienes el corazón blando, si… en el fondo eres un sentimental. ¿Lo dejamos por hoy? Vale, ¿nos volveremos a ver? Seguramente; presiento que este va a ser el principio de una larga amistad.
¡Habráse visto! Esta gente se piensa que están inventando “Casablanca”. En fin… De abajo llegan rumores que indican que sigue reunido el rebaño. Seguro que después de hoy ya no lo será tanto. Y yo, que no quisiera ser oveja demasiado negra, voy a descender a la dura realidad.
¡Maldita sea! ¡Lástima que en estos tiempos de ira quede tan poco para la lírica!